Por Francisco Portes B.- Normalmente, cuando se concibe o se plantea la idea de un cambio, inmediatamente pensamos en un salto cualitativo, en la superación de lo anterior, pasar de donde estamos o lo que tenemos hacia al algo mejor, nos ubicamos en un espacio de superación.
Nadie en su sano juicio se propone experimentar un cambio que signifique atraso, ni siquiera igualdad o estaticidad; sino, del estadio actual hacia uno superior, esto no ha ocurrido ni en la etapa más atrasada de la barbarie.
Resulta difícil que alguien se proponga como meta si es de avanzada, cambiar su automóvil al año anterior y no al próximo, cambiar de una casa concreto a una de madera y zinc.
Los cambios realizados por el presidente Luis Abinader en el INTRANT han sido una vergüenza, una mala señal, una decisión errónea, unos cambios hacia lo peor, de la vergüenza hacia el bochorno, a la ignominia; pérdida de la reputación.
La sustitución de Rafael Arias por Hugo Beras, que se creía el gurú del tránsito y que todos lo dábamos como la panacea de esa disciplina, se convirtió en un cambio insulso, insípido y desnutrido, de la paz al escándalo, de lo pulcro a la perversidad; de lo honesto a lo escandaloso, de lo diáfano a lo fangoso.
Después de Hugo Beras llegó Milton Mórrison, quien no ha salido del escándalo desde que asumió la dirección del INTRANT, importante institución, rectora del orden del tránsito en el país. Ha sido ampliamente contradictorio, salió de Edesur con los trapos al hombro y ardiendo, fuego que no ha podido apagar, nunca dio pie con bola en EDESUR, sin lograr superar el déficit de la institución, a verdad de Celso Marrancini, presidente del Consejo Unificado de las Empresas Distribuidoras de Electricidad (CUED), quien señaló que Mórrison dejó la empresa en una “situación crítica”. Morrison no pudo demostrar lo contrario.
Entonces, a juzgar por los hechos de honradez, eficiencia, transparencia y convivencia, Rafael Arias debió ser nuevamente director de INTRANT o en su defecto, de cualquier otra institución que necesite de un buen gerente y que no produz escándalos, que es lo que necesita el gobierno en los actuales momentos, los buenos gestores no deben estar en el anonimato; sino al frente de la administración.