POR ROBERTO VALENZUELA.- En el contexto histórico de la invasión haitiana de 1822 a 1844 en la República Dominicana, se gestó un descontento profundo entre la población local. Entre las restricciones que más pesar generaron se halla la prohibición de un elemento cultural arraigado: las peleas de gallos. Este encuentro, más allá de su faceta lúdica, era un emblema de tradición, un ámbito donde se expresaba la pasión y se forjaban vínculos comunitarios.
El presidente haitiano Jean Pierre Boyer, al asumir el control del Santo Domingo Español, acusó a los dominicanos de ociosidad (vagos, haraganes), y señaló los días festivos católicos como un ejemplo de inactividad.
En su opinión, la Iglesia Católica fomentaba este supuesto letargo. Según él, los católicos promueven la vagancia, invitando a la gente a ir a misas y otros actos religiosos “innecesarios, improductivos” como la Semana Santa, la Navidad, las fiestas patronales de los pueblos, la veneración a la Virgen de la Altagracia y la Virgen de las Mercedes.
En este contexto, se dictó la prohibición de las peleas de gallos (la operación de las galleras) y de los días festivos católicos. Dos elementos claves de la cultura dominicana, y en general, de muchas islas caribeñas.
Este suceso no solo denota una imposición externa en la esfera cultural y religiosa, sino que también ahondó en la percepción de un despojo de la identidad y de un desafío a la autonomía de un pueblo que se vio forjado en sus propias tradiciones. Es un capítulo de la historia dominicana que resalta la intrínseca relación entre la cultura, la religión y la soberanía, así como la importancia de las expresiones populares en la construcción de la identidad de un pueblo.
Triada cultural
En la tríada cultural de la República Dominicana, Cuba y Puerto Rico, las peleas de gallos se erigena como un pilar arraigado en la idiosincrasia.
Un reportaje del Diario Libre, bajo la firma de Bienvenido Rojas, cita al poeta dominicano Emilio A. Morel, en su célebre obra “Dominicano Libre”, pinta un retrato poético de la pasión que despiertan estos enfrentamientos: “Cuando llega el domingo en la mañana, ensillo el potro rucio de más brío, cojo un gallo, concierto un desafío y marcho a la gallera más cercana”.
Hoy, estas contiendas trascienden la esfera del folklore popular, evolucionando hacia un próspero negocio, una auténtica industria. En el redondel, la “palabra del gallero” en las apuestas es investida de un significado casi sagrado, revistiendo este ancestral pasatiempo de un estatus económico y social relevante. En cada aleteo y cada apuesta, late una parte viva y palpable de nuestra historia y tradición.
Una crónica titulada “Efemérides Nacionales” (diariodominicano.com), autoría del periodista e historiador Héctor Tineo, explica que el 17 de febrero de 1830, el presidente haitiano Jean Pierre Boyer prohibió la operación de galleras en la antigua colonia española de Santo Domingo.
De acuerdo con el Presidente de Haití, las galleras son perjudiciales para la sociedad, porque desestimulan las actividades laborales.
Tineo indica que la práctica de jugar gallos la aprendieron los criollos de los colonizadores españoles, quienes llegaron a la isla de Santo Domingo el 5 de diciembre de 1492.