POR ANTONIO CONTRERAS B.- Es evidente que los seres vivos deben comer para lograr obtener su energía. Las plantas, con la ayuda del sol, logran convertir lo inorgánico en orgánico para extraer la energía que precisan para sus funciones vitales, a diferencia de los animales que sólo pueden recurrir a los productos orgánicos para la obtención de la energía. Los inorgánicos los precisa, pero en cuantía menor.

El concepto dieta procede del griego y significa estilo de vida. Eso es mucho más amplio a lo que hoy se entiende como dieta, limitada esta, a la modificación en los nutrientes, en las cantidades que se toman, en las formas de preparación o en los ritmos. Del siglo V a.C., con la medicina egipcia, proceden las primeras indicaciones escritas sobre las dietas y desde entonces no han dejado de evolucionar según los conocimientos y creencias que las diferentes culturas han teniendo.

Las dietas se han ido diferenciando en función de diferentes finalidades y así se encuentran unas que permiten perder peso, disminuir los niveles de colesterol, minimizar los residuos nitrogenados, cuando el sistema renal no es capaz de depurar bien, entre otros cientos más.

Si se traslada al ámbito del cáncer, se debe diferenciar bien y esto es una peculiaridad de la oncología, lo que se pretende con la dieta. Esto puede parecer muy obvio, pero realmente con el cáncer se pueden buscar finalidades distintas con la alimentación y así se podrían distinguir, grosso modo, los siguientes objetivos:

  1. Procurar el máximo de nutrientes, de mayor calidad y sin tóxicos acompañantes, de manera que el cuerpo disponga de todos los recursos que precisa para su normal funcionamiento. A este tipo de dietas corresponderían los crudívoros, veganos, vegetarianos. Su acción la centra en el hospedero.
  2. Procurar actuar sobre el medio interno de manera que el pH, en los diferentes compartimentos, célula, tejido intersticial y vasos, restauren un equilibrio, por alguna causa perdido y con él, la restitución de las funciones fisiológicas.

Así como en el primer apartado se buscan todos los nutrientes, sanos y sin tóxicos, aquí se añaden a los alimentos su acción sobre el pH y, por ello, algunos alimentos, si bien pueden ser buenos, su efecto sobre el equilibrio del pH no es óptimo y se rechazan o limitan.

La dieta más significativa, en este apartado, es la denominada dieta alcalina y, como también se puede ver, ejerce su acción sobre el cuerpo, hospedero, para devolverle la funcionalidad de la homeostasia y así hacer frente a la enfermedad.

  1. Actuar con la alimentación sobre las células tumorales/proliferantes, cuyas características metabólicas se diferencian de las funcionantes/normales e impedir, generalmente provocando algún déficit o bloqueo en alguna de las vías metabólicas propias de los tumores, además de

facilitar la apoptosis, impedir la supervivencia, limitar la reproducción y hacerlas más sensibles al medio interno y las señales del hospedero.

En este caso, se habla de la dieta cetogénica cuya diana son las células tumorales y el tejido peritumoral y no tanto las células funcionantes sanas, las cuales no se ven alteradas o mínimamente en su función.

Como es evidente, la diferencia en el blanco de la cetogénica frente a las otras es enorme. Esta dieta, por sus características, merece la denominación de ‘terapia cetogénica’ (TC), por cumplir con todos los criterios de una terapia.

Es esencial entender, aunque con frecuencia se ignora, que cuando una célula se transforma en tumoral, no tiene vuelta atrás. Si se desea que no genere problemas, sólo se puede eliminar; infortunadamente, al proceder dichas células del propio organismo y alteradas también por las transformaciones que sufren, el sistema inmune apenas es capaz de reconocer, en la mayoría de los casos, a las células tumorales como ajenas al cuerpo.

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